A. Toffler (escritor y futurista estadounidense )
El programa encubierto (-extracto del libro.)
Además, al desplazarse el trabajo de los campos y el hogar, era necesario preparar a los niños para
la vida de fábrica. Los primeros propietarios de minas, talleres y factorías de la Inglaterra en proceso
de industrialización descubrieron, como escribió Andrew Ure en 1835, que era “casi imposible
transformar a las personas que han rebasado la edad de la pubertad, ya procedan de ocupaciones
rurales o artesanales, en buenos obreros de fábrica”. Si se lograba encajar previamente a los jóvenes en
el sistema industrial, ello facilitaría en gran medida la resolución posterior de los problemas de
disciplina industrial. El resultado fue otra estructura central de todas las sociedades de la segunda ola:
la educación general.
Construida sobre el modelo de la fábrica, la educación general enseñaba los fundamentos de la
lectura, la escritura y la aritmética, un poco de Historia y otras materias. Esto era el “programa
descubierto”. Pero bajo él existía un “programa encubierto” o invisible, que era mucho más elemental.
Se componía —y sigue componiéndose en la mayor parte de las naciones industriales— de tres clases:
una, de puntualidad; otra, de obediencia y otra de trabajo mecánico y repetitivo. El trabajo de la
fábrica exigía obreros que llegasen a la hora, especialmente peones de cadenas de producción. Exigía
trabajadores que aceptasen sin discusión órdenes emanadas de una jerarquía directiva. Y exigía
hombres y mujeres preparados para trabajar como esclavos en máquinas o en oficinas, realizando
operaciones brutalmente repetitivas.
Así, pues, a partir de mediados del siglo XIX, mientras la segunda ola se extendía por un país tras
otro, asistimos a una incesante progresión educacional: los niños empezaban a asistir a la escuela cada
vez a menor edad, el curso escolar se iba haciendo cada vez más largo (en los Estados Unidos aumentó
en un 35% entre 1878 y 1956), y el número de años de educación obligatoria creció irresistiblemente.
La educación pública general constituyó, evidentemente, un humanizador paso hacia delante. Como
declaró en 1829 un grupo de obreros y artesanos de Nueva York: “Después de la vida y la libertad,
consideramos que la educación es el mayor bien concedido a la Humanidad.” Sin embargo, las
escuelas de la segunda ola fueron convirtiendo a generación tras generación de jóvenes en una dócil y
regimentada fuerza de trabajo del tipo requerido por la tecnología electromecánica y la cadena de
producción.
Ambas juntas, la familia nuclear y la escuela de corte fabril, formaron parte de un único sistema
integrado para la preparación de jóvenes con miras al desempeño de papeles en la sociedad industrial.
También en este aspecto son idénticas todas las sociedades de la segunda ola, capitalistas o
comunistas, del Norte o del Sur.