Sufrimiento
Cambiarán de asistentes el
Senado, la Cámara de Diputados, los congresos locales, el gabinete federal
todito, algunos cabildos derrochadores como el de Acapulco. La renovación
política deja en la orfandad presupuestal a miles de pecadores, que cobraban
altísimos emolumentos sin desquite ni vergüenza.
La trampa existe. El cinismo la
multiplica. Los políticos encubren sus cobros en la nómina edificando una fantástica Torre de Babel: Crean
una confusión generalizada: $60 mil de sueldo. Más $100 mil de viáticos. Más
otros $100 mil para gestorías. Y súmele $100 mil más para obras. Y otros $100
mil a imprevistos.
¡Ah…! Y cuando los tramposos
ofrecen bajarse el sueldo, se hacen una quita de 30 mil pesos, dejando sin
tocar el resto de los despojos que siguen fluyendo directo a sus ladrones
bolsillos.
Al final, nuestros
representantes populares, reciben en forma global, del dinero de nuestros
impuestos, una cifra cercana al medio millón de pesos mensuales. Sin sudar ni
acongojarse.
Con este saldo, favorable a la
cáfila de cleptómanos que medran del dinero fiscal nacional, la política es
ahora, junto con el crimen organizado, la única actividad económica rentable, con
la que se pueden erigir fortunas tan sospechosas como inexplicables.
Y como no es justo que se les
restrinjan sus beneficios, a los próceres que nos gobiernan, se les autorizan
seguros médicos con cobertura hasta en Houston. Pases para
que no paguen en ninguna caseta de todas las autopistas del país. Viajes,
aguinaldos, dispendios en hoteles, restaurantes y bares, guaruras, choferes,
vehículos blindados, teléfonos móviles, servidumbre, personal comisionado,
lap-tops, gimnasios, bases y plazas para familiares y allegados y mil canonjías
más, que ya ni siquiera ocultan, digamos que por pudor.
Durante el tiempo en que se
disfruta de este bienestar artificial, la mente se ofusca. Tanto beneplácito
embriaga.
Cuando es muy alta la limosna
hasta el mismo santo sospecha.
Pocas veces en la vida hay
etapas como ésta, en la que abunda el dinero y con ese sobrante vienen de
manera inercial sobrando muchas otras cosas: amigos, amores, compadres,
saludos, ofertas, negocios y las trácalas que se disfrazan de tráfico de
influencias.
Hay quienes creen que utilizar
el fuero para cambalachear un obsequio, es cosa sana. O que cobrar una tarifa
preferencial por un voto, es sólo el costo de un negocio a toda ley.
Cuando la dieta, de cientos de
miles de pesos, se suma por 40 o 70 meses consecutivos, los políticos ignoran
el sufrimiento de las clases menesterosas. Se olvidan de la inhumana tragedia que
es sobrevivir con un mísero salario.
Ahora usan vehículos blindados,
ventanillas infranqueables y pierden la noción de la pobreza y de las muchas
vigilias que, ellos mismos padecieron, cuando en sus tiempos duros, vivían
fuera del presupuesto.
El pánico inicia cuando dejan
el cargo. Se les acaba el trienio o sexenio y ninguna cantidad vuelve a ser
depositada, cada mes, en sus haberes bancarios personales.
De repente cesa la acumulación
en sus cuentas. Son, a nuevos destinatarios a los que se les agregan dígitos en
sus tarjetas de débito. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Es cuando empieza el calvario. Dejar de
recibir 200 mil pesos quincenales atrofia al más ecuánime. Esto les está
sucediendo a quienes hoy dejan el Senado, los congresos, los cabildos y sienten
la intemperie cruda y la orfandad inclemente.
“Qué irá a pasar cuando el
último pez muera, agonice la última ave, se seque el último árbol y el único
río que aún transcurra, se extinga. El hombre aprenderá entonces que el dinero
no se come”.
Esta es una reflexión del Dalai
Lama, pero quienes apenas ayer cobraron su última quincena del erario, así se
encuentran.
Como si el último riachuelo se
estuviera secando.
PD: “Yo no lo sé de cierto; lo
supongo”: Jaime Sabines.
Autor del texto: Juan López García.
2012